Our Lady of Alta Gracia
January 21, 2024 – 3rd Sunday in Ordinary Time
Brothers and sisters, it is always a joy for me to be with you as we celebrate this great feast of Our Lady of Altagracia – our mother in faith and the protector of the Dominican Republic and her people.
At the very beginning of Saint Mark’s gospel – proclaimed just a moment ago – the first thing that we hear in its opening chapter following Jesus’ proclamation of the reign of God and the good news of salvation is his call to discipleship. “Come after me and I will make you fishers of men.”
Jesus begins his ministry by calling simple fishermen to be his closest followers, entrusted with the mission of proclaiming the gospel for which he would give his life. However, in calling Peter and Andrew along with James and John to discipleship, Jesus does not initiate a new practice within the plan of God. To the contrary, throughout salvation history, God has consistently called faithful souls to be his disciples; his instruments in proclaiming the Kingdom of God. Beginning with Abraham, Moses and the prophets of old, including Jonah, whose message was recounted in today’s first reading, God has used his chosen ones to herald his message of salvation and peace. And on this day, we honor the first among his followers – the preeminent disciple: Mary, our mother – Our Lady of Altagracia.
While we so often look to Mary as our protector and an intercessor on our behalf, her greatest gift to us is the example of her life and the depth of her faith and trust in God, exemplified in her “yes” to God, when asked to be the mother of the savior. Mary teaches us how best to achieve lives of meaning and peace, even within the turbulent world in which we find ourselves. Whether we encounter her at the annunciation when she was asked to give birth to Jesus – at the manger in Bethlehem – at the wedding feast at Cana – or at the foot of the cross, Mary’s response always carries us to a place where God is given room to work his great plan of salvation in and through one of his simplest yet most faithful of creatures.
Despite the exalted place that we give to her within the Church, never forget that Mary’s life emerged in a world filled with suffering and pain, hardship, struggle and grief – a world in many ways no different than our own. Yet, Mary’s willingness to believe that the promises of the Lord would be fulfilled set her apart as a faithful disciple of the Lord and source of hope for all of us.
In these challenging times in which we find ourselves, the world needs the hope that comes from Mary and her example more than ever. With wars raging in the Middle East and Ukraine, fear and uncertainty at our borders, and growing injustice, racial tensions, poverty and suffering, we need to make as our own the words spoken to Mary by her cousin Elizabeth in Saint Luke’s gospel, “Blessed are you, Mary, because you believed that what was spoken to you by the Lord would be fulfilled.” … And what was spoken to her was the promise of salvation and peace for her and all who embrace the Lord’s example of selfless love and mercy.
This simple reality of God’s plan for creation affirms that God continues to work in my life and yours – if we but open our hearts to God’s presence. And God continues to use unlikely individuals like Jonah and Peter and Andrew and Mary to accomplish his plan for our world – to give hope – and to proclaim a message of life, salvation, mercy and peace.
Look around you. Look at the faces that you see – not just the familiar faces of family members and friends, but faces wounded by pain and grief – faces that are longing to be healed – faces that are grateful for God’s abiding presence in their lives. This gathering is so powerful and hopeful, isn’t it?
First, it reminds us that we are loved – that God hasn’t given up on any of us and never will. He continually calls us, as we are, to himself.
This gathering also reminds us that God continues to accomplish his saving work in the small, ordinary moments of life – in the simplest and least likely of individuals who open their lives to his. That was true for Mary, whom we honor this day – the first disciple of Jesus. And it is true for us – for me and for you!
And finally, this gathering reminds us of one more essential element of discipleship that Mary exemplified in her life and that we, who seek to be faithful followers of the Lord, are also called to embrace. Mary was not only a recipient of God’s mercy but also an instrument through which that same mercy poured into the lives of others. Recall these words of Pope Francis that so beautifully reflect the life of Mary, “God’s mercy will not have truly penetrated and cleansed our hearts unless and until we are merciful ourselves – merciful like God our Father.”
Some years ago, Pope Francis offered these words, “When Jesus touches a person’s heart, he or she becomes capable of truly great things.” … Mary’s heart was completely open to God’s touch – and she became the mother of Jesus, the Savior of the World. … Brothers and sisters, open your hearts to Jesus’ touch. Give God room in your lives and allow God to use you to bring hope and healing to our broken world. Our Lady of Altagracia, pray for us!
Nuestra Señora de la Altagracia
21 de enero de 2024 – III Domingo del Tiempo Ordinario
Hermanos y hermanas, siempre es de inmensa alegría para mí estar con ustedes al celebrar esta gran fiesta de Nuestra Señora de la Altagracia, nuestra madre en la fe y Protectora de la República Dominicana y de su gente.
Al comienzo mismo del Evangelio de San Marcos -proclamado hace un momento-, lo primero que escuchamos en su capítulo inicial, tras el anuncio por Jesús del reino de Dios y de la Buena Nueva de la salvación, es su llamada al discipulado: “Vengan en pos de mí y los haré pescadores de hombres”.
Jesús comienza su ministerio llamando a unos sencillos pescadores para que sean sus seguidores más cercanos, encargados de la misión de proclamar el Evangelio por el que daría su vida. Sin embargo, al llamar a Pedro y Andrés junto con Santiago y Juan al discipulado, Jesús no inicia una nueva práctica dentro del plan de Dios. Al contrario, a lo largo de la historia de la salvación, Dios ha llamado constantemente a almas fieles a ser sus discípulos; sus instrumentos para proclamar el Reino de Dios. Empezando por Abraham, Moisés y los profetas de antaño, incluido Jonás, cuyo mensaje se relata en la primera lectura de hoy, Dios se ha servido de sus elegidos para anunciar su mensaje de salvación y paz. Y en este día, honramos a la primera entre sus seguidores, a la discípula preeminente: María, nuestra madre, Nuestra Señora de la Altagracia.
Aunque a menudo miramos a María como nuestra protectora e intercesora en nuestro favor, su mayor regalo para nosotros es el ejemplo de su vida y la profundidad de su fe y confianza en Dios, ejemplificadas en su “sí” a Dios, cuando se le pidió que fuera la madre del Salvador. María nos enseña la mejor manera de vivir con sentido y en paz, incluso en el mundo turbulento en el que nos encontramos hoy en día. Tanto si la encontramos en la anunciación, cuando se le pidió que diera a luz a Jesús, como en el pesebre de Belén, en las bodas de Caná o al pie de la cruz, la respuesta de María siempre nos lleva a un lugar en el que Dios tiene espacio para llevar a cabo su gran plan de salvación a través de una de sus criaturas más sencillas y, sin embargo, más fieles.
A pesar del lugar exaltado que le concedemos dentro de la Iglesia, no olvidemos nunca que la vida de María surgió en un mundo lleno de sufrimiento y dolor, penurias, luchas y aflicción, un mundo que en muchos aspectos no difiere del nuestro. Sin embargo, la voluntad de María de creer que las promesas del Señor se cumplirían la distinguió como discípula fiel del Señor y fuente de esperanza para todos nosotros.
En estos tiempos difíciles en los que nos encontramos, el mundo necesita más que nunca la esperanza que brota de María y de su ejemplo. Con las guerras que asolan Oriente Medio y Ucrania, el miedo y la incertidumbre en nuestras fronteras, y el aumento de la injusticia, las tensiones raciales, la pobreza y el sufrimiento, necesitamos hacer nuestras las palabras dirigidas a María por su prima Isabel en el Evangelio de San Lucas: “Bienaventurada tú, María, porque creíste que se cumpliría lo que te fue dicho por el Señor.” Y lo que se le dijo fue la promesa de salvación y paz para ella y para todos los que abrazan el ejemplo de amor desinteresado y misericordioso del Señor.
Esta sencilla realidad del plan de Dios para la creación afirma que Dios sigue actuando en mi vida y en la tuya, si abrimos nuestros corazones a su presencia. Y Dios sigue utilizando a personas no comunes, como Jonás, Pedro, Andrés y María, para llevar a cabo su plan para nuestro mundo, para dar esperanza y proclamar un mensaje de vida, salvación, misericordia y paz.
Mira a tu alrededor. Miren los rostros que ven, no sólo los rostros familiares y de amigos, sino rostros heridos por el dolor y la pena, rostros que anhelan ser curados, rostros que agradecen la presencia permanente de Dios en sus vidas. Este encuentro es tan poderoso y esperanzador, ¿verdad que sí?
En primer lugar, nos recuerda que somos amados, que Dios no ha renunciado a ninguno de nosotros y que nunca lo hará. Él nos llama continuamente, tal como somos, hacia Él.
Este encuentro también nos recuerda que Dios sigue realizando su obra salvadora en los momentos pequeños y ordinarios de la vida, en las personas más sencillas y menos probables que abren sus vidas a Él. Así fue para María, a quien honramos hoy, la primera discípula de Jesús. Y es verdad para nosotros, para mí y para ti.
Por último, este encuentro nos recuerda otro elemento esencial del discipulado que María ejemplificó en su vida y que nosotros, que queremos ser fieles seguidores del Señor, también estamos llamados a abrazar. María no fue sólo receptora de la misericordia de Dios, sino también instrumento a través del cual esa misma misericordia se derramó en la vida de los demás. Recordemos estas palabras del Papa Francisco que tan bellamente reflejan la vida de María: “La misericordia de Dios no habrá penetrado y limpiado verdaderamente nuestros corazones a menos y hasta que nosotros mismos seamos misericordiosos – misericordiosos como Dios nuestro Padre.”
También hace algunos años, el Papa Francisco ofreció estas palabras: “Cuando Jesús toca el corazón de una persona, ésta se vuelve capaz de cosas verdaderamente grandes.” … El corazón de María estaba completamente abierto al toque de Dios – y se convirtió en la madre de Jesús, el Salvador del Mundo… Hermanos y hermanas, abran sus corazones al toque de Jesús. Dejen espacio a Dios en sus vidas y permítanle que los utilice para llevar esperanza y sanación a nuestro mundo roto y herido por el pecado. La iglesia que peregrina en esta Diócesis de Scranton los necesita hoy más que nunca para que sean heraldos del Evangelio de Jesucristo. Mientras más unidos trabajemos, más fuertes y consistentes seremos.
Que nuestra Señora de la Altagracia interceda por nosotros ante su hijo Jesús.
Nuestra Señora de la Altagracia, ¡ruega por nosotros!