HOMILIA
Nuestra Señora de Guadalupe – 10 Diciember, 2023
2nd Sunday of Advent – Saint Peter’s Cathedral, Scranton           

En la lectura del evangelio de hoy para este Segundo Domingo de Adviento, Juan el Bautista se dirige a un mundo agobiado por el sufrimiento y el dolor; un mundo en el que la gente no es libre y está perdiendo la esperanza.  Al llamar al arrepentimiento a la gente de su época, les recuerda a ellos, y a nosotros hoy, que el poder de Dios es la única fuente verdadera de nuestra vida y nuestra paz. Juan el Bautista dejando de lado todo lo demás en su camino de fe, se comprometió con un propósito singular: preparar los corazones para el encuentro con Dios, despejando el camino para la venida del Señor.

Sin embargo, a pesar de todo lo que Juan proclama con sus palabras y su vida, es María, a quien honramos este día como Nuestra Señora de Guadalupe, quien nos enseña más claramente lo que significa caminar en la fe, confiar y abrazar el poder y la presencia de Dios.

Para el día de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, la Iglesia ofrece dos pasajes diferentes del evangelio para nuestra reflexión.  Ambos están tomados del primer capítulo del evangelio de San Lucas.  El primer pasaje narra la historia del ángel Gabriel anunciando a María que iba a dar a luz al Salvador por medio del poder del Espíritu Santo. El segundo sigue inmediatamente a estos versículos y describe el viaje de María para visitar a su prima Isabel, quien daría a luz en su vejez a Juan el Bautista.

Ambos pasajes comunican los primeros momentos de un viaje de toda una vida de María abrazando la misión y el mensaje de su hijo, Jesús, siguiéndolo con devoción y fe a lo largo de su vida, muerte y resurrección, y proclamando la gracia salvadora de Dios en los primeros días de la Iglesia.

Las últimas palabras de la prima de María, Isabel, que se encuentran en el segundo pasaje del evangelio al que acabo de hacer referencia, merecen una reflexión.  “Bendita tú, María, que creíste que se cumpliría lo que el Señor te había dicho”.  …  El profundo sentido de confianza de María en Dios y su fe en la promesa de Dios de salvar a su pueblo, le permitieron viajar con todos los que buscaban encontrar las promesas vivificantes de su hijo, Jesús.

Reflexionemos por un momento la historia de la vida de María.  Es la historia de un viaje sin fin, mientras ella buscaba abrazar la voluntad de Dios en su vida.  …  Después de ser elegida por Dios para ser la madre del Salvador, María viajó inmediatamente a visitar a Isabel.  Pero su deseo de seguir cumpliendo la voluntad de Dios no terminó con ese encuentro. Viajó a Belén, donde nació su hijo, y luego a Egipto para mantenerlo a salvo para su misión.  Viajó a Caná, donde Jesús realizó su primer milagro revelando así su gloria, y luego siguió a Jesús hasta la cruz.  Y después de la resurrección de Jesús, María viajó con sus discípulos para recibir el Espíritu Santo y construir la Iglesia, el Pueblo redimido de Dios.

Sin embargo, nunca olviden que el viaje de María continuó mucho más allá de los primeros días de nuestra Iglesia.  Viajó hasta el Tepeyac para acompañar a Juan Diego.  Y ella continúa, viajando por todo el mundo, hasta el día de hoy, asistida por nuestras oraciones y devociones. Viaja a hogares y celdas de prisión, a habitaciones de hospitales, escuelas y casas de reposo e incluso a nuestras fronteras acompañando a aquellos que buscan refugio, seguridad y paz. Así como le hablaba a Juan Diego, nos habla hoy a nosotros: “¿No estoy yo aquí, que soy vuestra Madre?”

En estos tiempos difíciles en que nos encontramos, el mundo necesita más que nunca la esperanza que proviene del ejemplo y la presencia de María. Con las guerras que hacen estragos en Oriente Medio y Ucrania, el miedo y la incertidumbre en nuestras fronteras, y la creciente injusticia, el hambre, la pobreza y el sufrimiento, tenemos que hacer nuestras las palabras que su prima Isabel le dijo a María: “Bendita seas, María, que creíste que se cumpliría lo que el Señor te había dicho”.  …  Y lo que se le dijo a ella no fue sino una promesa de salvación y paz para todos los que abrazan el ejemplo de amor desinteresado y misericordia del Señor.

Hace varios años, en esta gran fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, el Papa Francisco reflexionó sobre la voluntad de María de viajar a cualquier lugar y pueblo que Dios le indicara.  “Celebrar el recuerdo de María es afirmar contra viento y marea que ‘en el corazón y en la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, a pesar de los contratiempos de la vida que parecen eclipsar toda esperanza'”.

“Porque María creyó, amó, porque es sierva del Señor y sierva de sus hermanos. Celebrar el recuerdo de María es celebrar que, como ella, estamos invitados a salir y a encontrarnos con los demás con la misma mirada, con la misma misericordia interior, con los mismos gestos. Contemplarla es sentir la fuerte invitación a imitar su fe. Su presencia nos lleva a la reconciliación, dándonos fuerza para crear vínculos en nuestro mundo bendito, diciendo “sí” a la vida y “no” a todo tipo de indiferencia y rechazo de los pueblos y de las personas”.

“No tengamos miedo de salir y mirar a los demás con la misma mirada de María, nuestra Madre; una mirada que nos hace hermanos y hermanas. Lo hacemos porque, como Juan Diego, sabemos que nuestra madre está aquí, sabemos que estamos bajo su sombra y bajo su protección, que es la fuente de nuestra alegría, y que estamos entre sus abrazos”. Amen.